Hipócrates, prestigioso médico griego y «padre de la medicina» resaltó de forma contundente en esta frase algo que hoy seguimos comprobando con los grandes avances de la medicina moderna: la importancia que existe entre alimentación y salud.
Desde antiguo y como se puede deducir de esta famosa frase, la comida nos ha servido para curar enfermedades pero también para producirlas, hoy lo podemos constatar a través de la relación existente entre nuestra forma de alimentarnos y el deterioro de nuestra salud física y mental.
Es imprescindible aclarar que el mantenimiento o pérdida de la salud no es mono causal. Intervienen muchos factores, pero cada vez van apareciendo múltiples nexos y vínculos de interrelación de nuestro intestino con nuestro cerebro desde el período gestacional.
El ENS o Enteric Nervous System es lo que conocemos como “segundo Cerebro”, se encuentra a lo largo de todo el tracto gastrointestinal, y está compuesto por más de 600 millones de neuronas y células gliales. Su transformación fundamental ocurre en los primeros 1.000 días de vida y luego se irá adaptando a lo largo de la vida según la Epigenética o la influencia de nuestros hábitos de vida y nuestro entorno en la salud.
La comunicación que existe entre el cerebro y el sistema digestivo es bidireccional. Numerosos estudios han confirmado que alteraciones cerebrales pueden llegar a afectar al funcionamiento intestinal y ciertas alteraciones gastrointestinales pueden inducir cambios en la conducta, el estado de ánimo o alteraciones a nivel neuroquímico.
Dado que existe esta bidireccionalidad de comunicación entre el Cerebro y el Sistema digestivo podemos comprobar que, mediante la microbiota se puede regular el sistema inmune, modificando el funcionamiento del mismo, así como también puede actuar como una vía facilitadora en la mejoría de algunos trastornos psiquiátricos y del sistema nervioso central.
Pero ¿cómo y por qué se comunican dos sistemas que se encuentran alejados en el organismo? se ha comprobado que esta interacción sucede por diferentes vías que actúan como carreteras de transmisión de la información.
Las más importantes son la vía neural a través del nervio Vago, la vía endocrina por el hipotálamo-hipófisis-adrenal, la vía inmunitaria mediante las citoquinas (sustancias señalizadoras que utiliza nuestro sistema inmunitario) y la vía metabólica mediante los metabolitos microbianos y las hormonas propias del tracto digestivo. En este punto es importante tener encuentra que en un intestino disbiótico y permeable se generan sustancias tóxicas que llegarán por la circulación a nuestro cerebro.
Estas conexiones entre los dos sistemas pueden determinar desde un cambio en la microbiota del colon tras situaciones adversas de estrés, hasta regular la motilidad intestinal, la secreción enteroendocrina de neurotransmisores como la serotonina y otras catecolaminas, modifican las sensaciones de hambre y saciedad, intervienen en la regulación de nuestro sistema inmunitario o pueden causar neuroinflamación entre otras, pudiendo llegar a condicionar nuestra salud mental y neurológica. También lo que ocurre en nuestro cerebro puede llegar a condicionar el funcionamiento de nuestro sistema digestivo. ¿Quién no ha sufrido dolores abdominales antes de un examen, tras una mala noticia o en una situación estresante?
Cuando se produce una disbiosis o desequilibrio de nuestras bacterias en el intestino pueden verse alteradas las concentraciones de la serotonina, neurotransmisor relacionado con las emociones y el estado de ánimo, y esto podría justificar en parte el agravamiento de diferentes enfermedades mentales como pueden ser trastornos del ánimo, del comportamiento, ansiedad, autismo, esquizofrenia o trastornos alimentarios inclusive. Este neurotransmisor, a nivel periférico ejercita diversas funciones interesantes tales como: alterar la respuesta a la inflamación en los trastornos gastrointestinales funcionales, activan reflejos del peristaltismo y sensaciones digestivas de dolor abdominal, malestar, náuseas y sensaciones de saciedad, puede influir en la densidad ósea e incluso en la inflamación alérgica de las vías respiratorias.
En los últimos años hemos mejorado el conocimiento sobre la comunicación entre las bacterias intestinales (microbiota) y el cerebro en términos de su influencia en los trastornos psiquiátricos. Situaciones como el estrés o la toma de antibióticos tienen efectos perjudiciales a nivel del tracto gastrointestinal sobre la microbiota porque bloquean la comunicación del eje microbiota-cerebro-intestino. Son muchos los estudios que evidencian que una exposición temprana a los antibióticos se asocia con un mayor riesgo de desarrollo posterior de trastornos psiquiátricos, trastornos del sueño, trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastorno de la conducta Alimentaria, del estado de ánimo, ansiedad y otros trastornos conductuales y emocionales.
Dada esta comunicación constante y conexión intestino-cerebro nos encontramos con que una mala condición intestinal y una disbiosis o alteración en el equilibrio de nuestra microbiota podría inducir patologías más serias como las derivadas de la neuroinflamación, enfermedades neurológicas degenerativas, trastornos del ánimo y ciertas enfermedades psiquiátricas como la Depresión. En los pacientes que sufren estas enfermedades hay un denominador común: el mal estado digestivo, la permeabilidad y disbiosis intestinal no siendo esta la única causa de la etiopatogenia de las enfermedades mentales.
Situaciones inducidas por la permeabilidad intestinal como es el estrés oxidativo, las disfunciones mitocondriales, fatiga crónica y agotamiento energético contribuyen a un aumento no solo de la permeabilidad de la barrera digestiva sino también de la barrera hematoencefálica produciendo un aumento de la entrada en el cerebro de sustancias inflamatorias que perjudican directamente nuestra salud no solo psíquica sino también neurológica. Así se presentan muchas enfermedades mentales sufridas por pacientes afectados de enfermedades crónicas e inflamatorias de años de evolución siendo uno de los mecanismos desencadenantes de las mismas la entrada de citoquinas inflamatorias circulantes por la barrera hematoencefálica dada esta constante situación pro-inflamatoria. Esta translocación de tóxicos y factores de inflamación producen además un aumento de la activación de la microglía cerebral generándose así el caldo de cultivo perfecto para dar lugar al primer estadio de muchas enfermedades mentales: la Neuroinflamación.
En este punto parece evidente que nuestro intestino puede actuar como un segundo cerebro, que existe una comunicación entre nuestro sistema nervioso y nuestro sistema digestivo, que las bacterias que colonizan nuestro intestino favorecen las señalizaciones entre los dos sistemas y que esta comunicación es bidireccional. Entonces ¿Cuál sería el planteamiento de las posibles vías de prevención y tratamiento de las alteraciones que se pueden presentar a nivel de salud mental? ¿Cuáles serían los cambios apropiados para prevenir o mejorar los tratamientos conociendo esta comunicación directa entre nuestro intestino-cerebro?
Pues una de las medidas complementarias, básicas y accesible a toda la población, y con sobrada evidencia científica, serían los cambios en la alimentación y el estilo de vida. Favorecer cambios en el entorno donde vivimos y nos desarrollamos serían dos de los principales factores a tener en cuenta para cuidar nuestra microbiota y, por consiguiente, son herramientas que nos pueden ayudar a mejorar nuestra salud mental, nuestro sistema nervioso y nuestro sistema metabólico e inmunitario para aspirar a una buena salud global. Una dieta equilibrada y nutritiva, que evite los azúcares, alimentos ultraporcesados que modifican nuestro circuito de recompensa cerebral actuando como sustancias opiáceas y adictivas, así como evitar la acumulación de residuos o la absorción de toxinas en el colon, es de los pasos fundamentales y más importantes que una persona puede hacer para mantener su intestino sano. Trabajar estos aspectos básicos será la puerta de entrada para una adecuada salud mental.
Los Tratamientos Probióticos y Prebióticos centrados en alimentar las “bacterias buenas” del microbioma intestinal podrían ayudar a mejorar la sintomatología de estos pacientes y favorecer una mejor respuesta a las intervenciones médicas, farmacológicas y nutricionales.
El acompañamiento por profesionales de la salud mental como Psicólogos, Terapeutas, Médicos y Psiquiatras actualizados y formados en una visión global e Integrativa de la salud y en un marco multidisciplinar, con comunicación de equipo, con el paciente y sus familiares será prioritario para el mejor pronóstico en los tratamientos sin perder de vista que «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades» (Organización Mundial de la Salud).
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