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Matresencia: si me conociste antes de ser mamá, ahora ya no me conoces

“Sólo quiero comprender, entenderme y saber por qué reacciono y me siento de este modo”. Es una frase muy habitual que escucho en consulta por parte de mujeres tras un tiempo después de dar a luz.   Experimentamos emociones y, a menudo, tenemos reacciones nuevas en las que nos puede costar reconocernos, y que, por mucho […]
“Sólo quiero comprender, entenderme y saber por qué reacciono y me siento de este modo”.

Es una frase muy habitual que escucho en consulta por parte de mujeres tras un tiempo después de dar a luz.  

Experimentamos emociones y, a menudo, tenemos reacciones nuevas en las que nos puede costar reconocernos, y que, por mucho que intentamos controlar, simplemente no podemos, es cómo lo sentimos en ese preciso momento.  

El nacimiento de un bebé es un momento cargado de expectativas tanto para la mujer como para la familia, sin olvidar como afecta a nivel social.  

Se dice y se espera que en el momento del nacimiento la madre se enamore de su bebé con una intensidad nunca vivida antes y que, a partir de ese momento, viva una etapa llena de felicidad. De aquí se derivan también expectativas que, sin ser demasiado conscientes, se depositan en la mujer, que representa que ha de adaptarse a la nueva vida fácilmente, y a menudo se le exige recuperarse rápido del parto y volver a ser la que era antes de ser madre, pero con la novedad y añadido de atender a su bebé y su familia.  

De dichas expectativas y las situaciones que se generan se deriva de forma muy habitual que, en el postparto, o incluso después, se ataque a la madre porque “no es la misma de antes”, por su humor o estado de ánimo y/o por las decisiones que toma al respecto de cómo lleva a cabo su crianza y vínculo con su hijo y su pareja. En muchas ocasiones, incluso ese juicio procede de la misma pareja o de la propia mujer. 

Un nacimiento, una nueva etapa 

Sin embargo, no podemos olvidar que cuando nace un bebé, también nace una madre y, del mismo modo, también nace una nueva familia. Esto significa que tanto a nivel individual dentro de la propia mujer, como dentro de la pareja (ahora familia) se dará inevitablemente un reajuste derivado de la nueva situación y los sentimientos, necesidades y nuevos roles de cada miembro. 

Con este escenario es muy frecuente y normal que tras la reciente maternidad la mujer tenga sentimientos encontrados, emociones de miedo, de tristeza, rabia, soledad, enfado, incapacidad confusión o vacío, entre otras. En contraposición a lo que se espera que sea: “debería ser una de las etapas más felices de nuestra vida”. Igualmente, podemos notar cambios en la conducta, tanto a nivel de prioridades, como en el modo de llevar a cabo actividades antes habituales o incluso rutinarias, y/o reacciones explosivas; fueran o no habituales en el pasado. A menudo las mujeres refieren que su manera de pensar es distinta, como si no pudieran razonar con normalidad y refieren también algunos “momentos de lucidez” en que reflexionan y que, frecuentemente, generan culpa. 

Todo este tipo de sensaciones son vividas a menudo con mucho juicio personal, ya que es habitual que no se hable de ellas y, por tanto, que podamos tener la sensación de que no es normal o que está mal sentirnos o reaccionar de dicho modo. 

De la misma forma, es común que, dentro de la pareja, y derivado de todo este reajuste, se dé una crisis durante la etapa del postparto. La nueva estructura de familia, junto con el cambio de actitud de la madre y las necesidades que tendrá derivadas de la nueva situación hacen que sea necesario un reajuste de los roles y de la atención que se dedicaban los miembros de la pareja. 

¿Por qué ocurre todo esto? ¿Es normal que nos sintamos así tras convertirnos en madres? 

Matresencia es el término que da nombre al período y los cambios que sentimos las mujeres tras convertirnos en madres. Aunque pueda sonar como algo sencillo es un proceso vital que implica cambios físicos, psicológicos, emocionales, hormonales, sociales y de identidad que conlleva la maternidad. Este término abre una ventana a poder hablar y normalizar un proceso que vivimos las mujeres en una intensa etapa vital y que, sin ello, genera mucho malestar. 

Se ha visto que durante el embarazo cambia irreversiblemente el cerebro de la mujer, a un nivel muy similar al que cambia durante nuestra adolescencia. Este proceso de modificación neuronal resulta muy importante para facilitar y favorecer los cambios de conducta requeridos en la nueva etapa: la transición a la conducta maternal en el caso de las embarazadas, y a la conducta adulta durante la adolescencia. 

Hemos de tener presente pues, que convertirse en madre es un proceso de reorganización y reconstrucción psicológica de la propia identidad, de la relación con una misma y con los demás, y del lugar que ocupamos en el mundo, que requiere de un tiempo indeterminado. 

Desgraciadamente, este proceso normal y lógico aún no es algo naturalizado y conocido en nuestra sociedad ni, a menudo, por algunos de los profesionales que atienden a las madres durante el embarazo y tras el parto. Por este motivo es más fácil que se den vivencias que invaliden la normalidad del proceso que experimenta la mujer y en algunos casos puede hacer incrementar su malestar, así como el riesgo de sufrir algunos trastornos mentales. 

La matresencia a menudo se confunde con uno de los trastornos más frecuentes en la maternidad: la depresión postparto. Esta confusión se debe a que en ambos casos podemos ver como la madre tiene sentimientos de tristeza, sensación de no llegar a todo o no tener ánimo, mucho cansancio, poca energía o irritabilidad entre otros síntomas. Sin embargo, no debe confundirse una crisis vital y de adaptación normal y esperable, con un trastorno de salud mental perinatal, que requiere tratamiento por un profesional. 

Conocer, entender y validar nuestras emociones, nuestras necesidades y nuestro proceso es de vital importancia para el bienestar y el empoderamiento en nuestra maternidad. Todo ello nos ayudará a reajustar de forma saludable la familia y establecer un buen vínculo con nuestro bebé, además, incidirá positivamente en el bienestar psicológico de la madre y el desarrollo del bebé. Con dicha finalidad, acudir a soporte perinatal, tanto individual como grupal, desde el embarazo (o incluso antes) y, sobre todo, tras el nacimiento del bebé es uno de los mejores recursos que podemos tener a nuestra disposición en el camino hacia la maternidad.  

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